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Huajuapan de León, Oax. 25 de septiembre de 2010 (Quadratín).-El dramaturgo, escritor, e historiador huajuapense, Ignacio Ortiz Castro, publica su primera novela de amor fallido, intitulado a propósito Machincuepas en la que expresa el sentimiento, amor y ternura de un joven provinciano, de un pintoresco poblado enclavada en las montañas de la mixteca oaxaqueña, muy cerca de la micro región de Monteverde, Villa de Chilapa de Díaz.
Machincuepas, es una novela romántica-nostálgica de la inspiración de Ortiz Castro, de rasgos pueblerino ella y él a su modo, en su idiosincrasia se manifiestan el amor filial, Jacinto, popularmente conocido en el argot como Chinto, e Ita Andehui (flor del cielo), toda una doncella indígena, encantadora como su belleza incomparable, a semejanza a las flores silvestres, descrita en tiempo, circunstancias y modo por el novelista mixteco.
Es una publicación del Centro de Estudios Avanzados de la Cultura Mixteca (CEACM). Machincuepas, aunque inspirada parcialmente en mitos, creencias, historia, tradición, cosmovisión, filosofía
de una comunidad especifica: Villa de Chilapa de Porfirio Díaz (Mixteca Oaxaqueña); sin embargo, busca ir más allá de lo local, en el intento de mostrar al ser humano de carne y hueso: ser lleno de pasiones, describe la obra el autor.
Es una historia de amor fallido donde sentimiento y pasión conviven y se confrontan; donde razón, sinrazón y sentimiento, íntimamente vinculados se enfrentan entre sí al tiempo que desafían a la moral y lo establecido
Jacinto, protagonista de la narración, como cualquier individuo concreto, entra en conflicto consigo mismo cuando lo sensual (pasión dominante en el ser humano) todo lo desafía.
Machincuepas, ubicada en tiempo-espacio pretérito, no se queda en el pasado al tender un puente a la actualidad, pues liga de modo natural otro aspecto: la emigración, que tocaría las fibras sensibles no solo del sentir mixteco, sino también mexicano en general y quizás el sentimiento universal, debido al fenómeno migratorio.
Machincuepas es un intento de literatura nacional ñuu savi (Ñuu Thavi) o mixteca (que sigue el legado teórico mixteco de principios del siglo XXI), dentro de la hoy manifiesta e innegable multinacionalidad de México.
Es una novela que invita a inclinar la frente en sus paginas, para saborear el mundo imaginario del amor fallido que Ortiz Castro, va narrando en cada capitulo, he aquí solo fragmentos del primer de ellos, porque el amor todo lo vence, es posible darle una breve lectura, siempre con pasión, nunca de manera apasionada.
Ita Andehui iba a lavar al río y él se aparecía de improviso, de lejecitos. ¡Mira, ahí está de nuevo Chinto!. Se había percatado desde antes: la mirada persistente estimulaba su sexto sentido. Seguía la plática con Romelia simulando no ver. Se tardaba más de la cuenta para haber si se iba, ¡pero no!, estaba como al acecho, ¡mirándola nomás! Cada vez que María Ita Andehui giraba la cabeza, Jacinto esquivaba la vista perdiéndola en algún punto.
La seguía con disimulo casi a todas partes; en la misma pila, de madrugada, cuando mucha gente del pueblo (de Chilapa) iba por agua, también él llegaba con su vasija y por la calle que no le correspondía. Cuando ella llevaba el almuerzo a su mamá al solar sembrado por Kawa Ndeé, donde se aparecen los duendes, también se aparecía Jacinto. O allá en las pozas del río, en Ku Jika, donde está la piedra grabada. En esas honduras y en varias ocasiones atrás. Ita y otras se zambullían alegres, mientras alguna cuidaba que Chinto o algún otro estuviera de mirón
A veces Jacinto se distraía las horas queriendo entender los símbolos rascados. Lo que más le agradaba era ver la cabeza de concejo que le parecía simpática, también a la mujer en cuclillas como queriendo dar a luz, y otros monitos y dibujos que no entendía pero gustaba de mirar. La enorme piedra, descubierta por las aguas del río desde el tiempo de los abuelos, está llena de signos y figuras grabados; según los del pueblo, era la escritura de los gentiles y su forma de comunicación
Y para hacer más amena y suculenta lectura, el escrito mixteco, prosigue:
Mientras (Jacinto) contestó dos voleadas (de pelota mixteca) de botipronto, le pasó relampagueante por la cabeza la imagen siempre fresca y desnuda de Ita en el río, junto con otras desde luego, pero sobre todo de ella. La escena de aquel último mediodía, hace exacto un mes, seguía indeleble y al mismo tiempo incómoda. No fue la primera vez que la vio bañarse en el río, algo natural era que hombres por un lado y mujeres por otro estuvieran aseándose; pero su sentimiento le hacía verla desde otro lugar: más profundo, tierno, pasional. Cuando salía a la superficie, después de zambullirse, el río peinaba su largo pelo y las aguas resbaladizas acariciaban sus abultadas formas. Qué no habría dado para que sus manos se hubieran deslizado, pero más suave que el agua, por la piel casi morena
iniciando por los cabellos, luego por sus mejillas, para después seguir con la mirada y dedos el contorno de los labios sensuales, sin prisa con ternura, como se toca a la Virgen de la Presentación (patrona del pueblo), hasta a esa boca negada de antemano; no sin antes haberse mirado en el fuego crepitante y apasionado de esos ojos. Ojos cafés como noches de luna en la montaña. Así, bajando palmo a palmo, para luego subir también sin premura, poro a poro, hasta aprisionar esas formas provocativas que le alejaron el sueño hasta altas horas de la noche
El sueño mismo ocupaba María, y los senos duros, estimulaban a quitar el sostén para acariciarlos.
Aquella vez, cuando jugaba a tu esquín con la muchachada del barrio de San Francisco, antes de apasionarse, se los tocó sin querer. Desde esa noche se le fue metiendo muy adentro de su ser: donde se guardan obsesiones, pasiones, sentimientos; donde hallan cabida tanto lo noble como lo insano, en el sitio que conviven bueno y malo o negro y blanco, la buena voluntad y el interés mismo. Ahí también lo sublime y lo mezquino se trastocan ocultándose, se ama o se odia o ambas a la vez; pero él la tenía metida en el lado bueno, en el lado del más puro sentimiento, mas a veces amenazada con salirse y pasarse al otro lado, donde coraje y cariño encendidos por la pasión se juntan y conviven desafiando a la razón, al buen sentido, a la moral y a las leyes, a la tradición y la costumbre
en el sueño como en la imagen del río, su boca succionaba suavemente los senos, provocándole un prurito de pasión en las puntitas
fue entonces cuando le vino un mal pensamiento que torcería sus vidas y la de otros
Así describe Ignacio Ortiz Castro, el primer capitulo de su novela que subtitula Pelota Mixteca, luego en el segundo Ita Daa, y hace emocionantes los capítulos tercero, Del linaje arbóreo; luego sucesivamente La Bandolera; Kawa Ndeé; Los perros y el río de la muerte; Ve é Kiin; El encanto; Cuando los carrancistas le prendieron lumbre al pueblo; El gran Repúblico; Preparativo; ¡Tercer domingo de enero!; Jugar los toros; La maroma; y Rumbo al Norte, cierra el capitulo XV de texto, que vale la pena leer, porque es necesario como preponderante el imaginario sabor mixteco que le imprime el novelista a cada tema.
Foto: Karol Joseph Gálvez López